Los psicofármacos están de moda y su consumo se disparo en los últimos años. Riesgos, mitos y verdades de las "lifestyle drugs"
Los argentinos vivimos empastillados: el consumo desenfrenado de psicofármacos –ansiolíticos, hipnóticos, antidepresivos, sedantes– ya adquiere las proporciones de una epidemia de toxicomanía, pero de drogas legales. Según las estadísticas, 84 millones de píldoras de todos los colores, todas destinadas al sistema nervioso –a los problemas de la cabeza, en buen lunfardo– fueron adquiridas en las farmacias argentinas durante el año pasado, una terrible montaña de psicofármacos que representa casi un cuarto del total de medicamentos de venta bajo receta expendidos en el país. Según las cifras de la Confederación Farmacéutica Argentina, al frente se ubicaron los tranquilizantes, con más de 13 millones de unidades; siguieron los antidepresivos y equilibrantes del ánimo, con casi 5 millones y medio; y los antipsicóticos, o "tranquilizantes mayores", con más de 3 millones; más unos diez millones y medio de "antiepilépticos", categoría en la cual se encuadra técnicamente la que ya se ha convertido en la droga estrella del siglo XXI: el clonazepam (Rivotril®).
Hay que aclarar que estos datos se refieren nada más que a los psicotrópicos que fueron suministrados con una receta de por medio. Bien o mal habida, pero receta al fin. Y en la patria pastillera, donde siempre hay un farmacéutico amigo, muchos siguen jugando al doctor y hasta en los supermercados chinos se consiguen medicamentos en blísters sueltos. Por eso resulta imposible calcular la brecha entre el número oficial y el verdadero de los adeptos a estos "remedios para la mente". Tampoco hay datos actualizados sobre la prevalencia de enfermedades psiquiátricas, así que no se sabe cuánta gente necesita realmente un tratamiento. Pero las pistas abundan.
En la bailanta, medio litro de ron, un toque de gaseosa y tres comprimidos de Rohypnol® –"el ropi", como lo llaman en la villa– forman el cóctel de "la jarra loca". En la jerga carcelaria, a este hipnótico diez veces más potente que el Valium® le dicen "la ruedita" y es el más detectado en las requisas, según un informe del Servicio Penitenciario Federal.
Susana Giménez, Domingo Cavallo, Felipe Solá, el ex rector de la uba Guillermo Jaim Etcheverry y la actriz Julieta Cardinali son algunos de los famosos que han confesado tomar tranquilizantes, pastillas para dormir o para estar de buen humor, en alusión al Prozac® (fluoxetina), el antidepresivo que en los años 90 se volvió emblemático en Estados Unidos como "la droga de la felicidad". Desde la cárcel uruguaya donde está detenido, el relacionista público Gaby Alvarez pidió Rivotril®. "Antes pan, ahora clonazepán", canta Andrés Calamaro en "Clonazepán y circo", uno de los temas de Honestidad brutal: "Pastillas, la última esperanza negra/ podés pedirle pastillas a tu suegra…". El actor Heath Ledger acaba de alargar la lista de famosos fallecidos luego de intoxicarse con psicofármacos. Marilyn Monroe y Elvis Presley, entre tantos otros, se le adelantaron.
EL PAÍS DE LAS PASTAS
Lejos de tratarse de un capricho de las estrellas o un vicio de condenados, la automedicación es una práctica cotidiana. "Y no llegamos al techo –opina Carlos Gurisati, de la Confederación Farmacéutica Argentina–. Todo el tiempo vemos drogas nuevas en la televisión, donde grandes figuras las recomiendan porque los laboratorios les ponen plata. Otros salen en las revistas hablando de pastillas de la felicidad. Es una locura. El mal uso de los psicotrópicos y la adicción a ellos provienen de esta banalización del medicamento."
La ciudad de Buenos Aires, donde uno de cada seis habitantes consume psicofármacos y uno de cada cuatro no lo hace por indicación médica, sino por recomendación de un conocido, lidera la tendencia nacional. Así lo reveló una investigación de la Universidad de Palermo: la mayoría recurre a los tranquilizantes (84,3 por ciento), porque le resultan indispensables para sentirse bien (78 por ciento), y dice que no puede dejar de tomarlos (59 por ciento). Muchos porteños, revela el estudio, están estresados y padecen de insomnio, desgano, fobias, angustia o depresión. El otro problema es que se receta demasiado por la ausencia de controles y el "dispensario fácil" de médicos no especializados en trastornos psiquiátricos, y que, en un sistema de salud viciado, tampoco tienen mucho tiempo para realizar un buen diagnóstico.
Las vedettes de las drogas legales son las benzodiazepinas, económicas y todoterreno. Esa familia de moléculas, a la que pertenecen el clonazepam, el alprazolam (Alplax®, Trankimazin®), el flunitrazepam (Rohypnol®), el lorazepam (Trapax®) y toda una gama de drogas con terminaciones en "am", tiene en común propiedades ansiolíticas, hipnóticas, amnésicas y miorrelajantes. Son prescriptas por, entre otros, neurólogos, clínicos, cardiólogos, endocrinólogos, gastroenterólogos y hasta ginecólogos.
"El clonazepam es la más vendida y la más barata. Cualquiera que tenga $20 la puede comprar. Está tan difundida que resulta casi imposible definir un perfil de consumidores", dice Gustavo Monzón, director técnico de la farmacia Dameli, en Belgrano R. "La están usando fuera de prescripción", acuerda Gurisati, quien también señala que hasta los antidepresivos, los más temidos y de resultados menos inmediatos, crecieron un 20 por ciento desde 2004.
Otra buena parte de toda esta fiebre pastillera nacional se resuelve sin ninguna prescripción: porque convida una amiga, un compañero de oficina, mamá o la suegra. "Yo fui pastera toda la vida –reconoce Ana (licenciada en administración, 29 años)–. Mi papá era director de un laboratorio, así que en mi casa había un placar entero repleto de medicamentos. El primer Valium® me lo dio él una noche que tenía taquicardia antes de un examen; después conocí los estimulantes, anfetamínicos y no anfetamínicos, que te dan una energía increíble, e hipnóticos como el Dormicum®, que me lo tenía que tomar en la cama, porque si no me caía dormida donde estuviera. Terminé mi carrera con 9 de promedio."
Otros rondan, por las noches, ciertas farmacias non sanctas que no sólo venden sin receta, sino también sin ticket. Y ni hablar de las verdaderas droguerías virtuales en que se convirtieron algunos sites de Internet, un fenómeno mundial sobre el que alerta el último informe del consejo de la ONU dedicado al control de estupefacientes.
EN BUSCA DEL ÉXITO SINTÉTICO
Lejos de identificarse con la sordidez, como el imaginario cultural que rodea las drogas prohibidas, la imagen de los psicofármacos se relaciona con la búsqueda de efectos positivos para afrontar las duras exigencias afectivas y laborales del mundo moderno. Se presentan como los últimos avances científicos puestos a disposición del hombre para ayudarlo a vivir mejor, un variado menú de moléculas para acceder a un desempeño más competente, sea ofreciéndonos una actitud más proactiva (estimulantes), o más calma (ansiolíticos). En esta sociedad en la cual ser feliz muchas veces resulta un imperativo, conjuran químicamente males tan extendidos como tener miedo de subirse a un avión o no poder desenchufarse de la oficina.
"Te calma la ansiedad, es posta –admite con voz lenta y sosegada Pablo (publicitario, 36 años)–. Antes, si me agarraba un embotellamiento, le pegaba al volante, transpiraba, rompía el celular; ahora pongo música y pienso: «Que me esperen». Antes comía en diez minutos, ahora me tomo una hora. Antes hacía cien cosas por día y ahora veinte, pero mucho mejor. No me dejo presionar y tomo mejores decisiones, porque estoy más relajado. La contra es que, por ejemplo, tiro un cheque y me olvido de a quién; antes me hubiera acordado durante un mes. Pero bueno, uso una agenda y listo."
El problema, claro, es la dependencia. "Las pastas te hacen bajar un cambio, pero no te curan la cabeza. Ahora estoy en 1,5 mg de Rivotril® y le estoy pidiendo al psiquiatra que me dé sublingual, que hace efecto más rápido (el otro me tarda unos 15 minutos); él me dice que no, que lo que tengo que hacer es justamente aprender a esperar", se sincera Pablo.
Mientras que las clases menos pudientes tienen que conformarse con el alcohol, para un amplio segmento de la clase media-alta y alta, vivir bajo el doping de las pastas no sólo no es marginal: es pro. "Muchos ni siquiera los consideran medicamentos; los psicotrópicos abandonaron esa categoría para ser pensados y consumidos como una píldora para el estilo de vida, que proporciona un alivio rápido a las condiciones de tensión y malestar que acarrea el mundo contemporáneo", dice Cecilia Arizaga, socióloga del Observatorio de Drogas del Sedronar y directora de una investigación sobre los alucinantes alcances de este fenómeno.
El concepto de lifestyle drugs nació en Estados Unidos y se refiere a un conjunto de medicinas (que cimentan las fuertes ganancias de la industria en las últimas décadas), entre las que los psicofármacos ocupan un lugar clave, aunque no exclusivo. Un buen ejemplo es el sildenafil (Viagra®), que generalizó sus usos recreativos y se convirtió en boom de ventas a partir de su prescripción original contra la impotencia sexual. Lo mismo ocurre con el clonazepam, otro de los exitazos terapéuticos de los últimos tiempos, cuya primera aprobación clínica fue para el control de las convulsiones en las crisis epilépticas.
La diferencia entre necesidades y deseos, o entre pacientes y consumidores, es lo que marca el límite entre un medicamento a secas y otro para el estilo de vida. Lo peligroso de estas drogas, o de sus nuevas y descontroladas aplicaciones, es que ya no tratan problemas de salud, sino de bienestar; no buscan curar una enfermedad, sino subsanar una inadaptación o incomodidad. Se convirtieron en una solución farmacológica al desafío agotador de sobrellevar lo cotidiano. "La presión por la superación es un signo de la época. Se medicaliza para el superhéroe", resume Arizaga.
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